Conocemos como puentes térmicos aquellos puntos del tejado o la fachada en los que se transmite y pierde más fácilmente el calor que en el resto de la superficie. Esta situación se produce al estar constituidos por material conductor o estar en contacto al mismo tiempo con el aire del exterior y el del interior. Los puentes térmicos pueden estar situados o incluso escondidos en diversos lugares de nuestra vivienda, por ejemplo, en los pilares embebidos en un muro en contacto con el exterior, ya que el hormigón y el acero son capaces de transmitir más que el ladrillo. También los marcos de las ventanas son propensos a ello cuando están construidas en hierro o aluminio, pudiendo actuar como puente, sobre todo si cuentan con cristales de poco grosor.
Otra zona característica para este puente térmico es el suelo cercano a la fachada exterior si el canto de forjada atraviesa la fachada. También pueden detectarse en el cajón de las persianas o las hornacinas de los radiadores, las que impiden que éstos sobresalgan, o la unión de tabiques interiores en fachadas. Aunque la superficie de esos puentes térmicos puede parecer despreciable, su efecto en el global de la vivienda y su habitabilidad es grande y muy a tener en cuenta. Ello es debido a que estos elementos transmiten el calor de la vivienda hacia fuera, llegando a ser entre un 5 y un 10% el calor que puede llegar a perderse.
Estos elementos sueñen estar más fríos que los que les rodean y esa diferencia de temperatura entre elementos que están en contacto conlleva condensaciones que pueden provocar humedades. Las consecuencias de ello van desde el moho a olores y otros inoportunos inconvenientes que pueden suponer gastos y molestias imprevistos. Para detectar estos puentes térmicos y anular su efecto negativo, debes tocarlos cuando haga frío fuera y detectar esa transmisión de temperatura. Los profesionales realizan pruebas de termografías para encontrarlos y evitar las fugas de temperatura que nos pueden hacer perder confort y dinero.
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